13 de octubre de 2010

Tiempos, vida, decisiones. (Parte I)

Toda persona, por su condición de ser racional y de integrante de una sociedad está sujeto a sufrir cambios en las sensaciones que experimenta a lo largo de toda su vida. Dicha vida se compone de días, y en cualquiera de ellos, la sucesión de emociones puede ser tan versátil que llegue al punto de conseguir desestabilizarnos.
Que nadie piense que este cambio depende exclusivamente del desarrollo de la convivencia con el resto de seres de la comunidad, pues no sería sino síntoma de dependencia; incorrecta, insana y alarmante.

Nuestro estado de ánimo viene influenciado por un análisis, que en ocasiones y en parte realizamos involuntariamente, de nuestra vida, desgajada en lo pasado, lo presente y lo futuro.
Las experiencias pasadas pueden suponer una bombona de oxígeno cuando los músculos de la boca se sienten incapaces de ponerse en marcha para esbozar una sonrisa o en un lastre, una espina clavada que imposibilita que prosigamos en la labor de nuestra existencia, la de trazar nuestro propio camino.
Una misma experiencia puede ser, a cuenta de la lectura que se realice de la misma, la bombona de oxígeno en un determinado momento, y la espina clavada en otro posterior.
¿Quién no ha amado alguna vez a una persona que posteriormente ha odiado y viceversa? E incluso, más de una vez entre sol y sol. ¿Quién no ha conservado un recuerdo amargo de una relación de trágico fin que posteriormente ha contribuido a su enriquecimiento como persona?

No se puede cambiar el pasado, pero si realizar interpretaciones de él que distan tanto entre ellas que podamos llegar a sentir que lo que vivimos, fue una historia bien diferente. Ésta interpretación debe ser siempre en pos de atesorar un ramillete de experiencias lo más constructivas posibles, lo más que nuestra mente alcance a forjar. Ésto es, los hechos del pasado mutan en función de las condiciones presentes. No se puede establecer una regla que explique la correspondencia entre el momento actual y la interpretación del anterior. Por ejemplo, el estar atravesando una mala racha (desencadenada por problemas sentimentales, laborales, familiares...) puede motivar que veamos un determinado recuerdo como un comodín para sentirnos seguros pensando algo cómo “ya he vivido ésto antes, y sé que se puede salir” o bien, en el otro extremo, pueda acarrear que nos hundamos más en el lodo de nuestra desgracia si nos invade un terrible “oh no, de nuevo esta pesadilla”

Al igual que el presente puede hacer temblar los cimientos donde se asienta el pasado, esa interpretación del mismo va a influenciar en las acciones que realicemos en el presente inmediato o a corto plazo. Queramos o no, en mayor o menos medida. Cualquiera que sea el reto que se nos presente va a ser asociado por nuestra mente de forma automática a uno ya superado. Que lo hiciéramos triunfando o fracasando va a condicionar nuestra acción a ejecutar. Se establece por tanto una relación de INFLUENCIA RECÍPROCA. Nuestro pasado condiciona la formación del presente a la vez que este presente moldea la lectura del pasado.
¿Cuál debe ser nuestra postura si afirmamos dicha relación? No siendo tarea fácil, crear un debate en nuestro fuero interno por seccionar el pasado. No dejar que nuestro recuerdo se vea manchado por detalles que en su momento aparentaban que tendrían mayor repercusión de la que realmente tuvieron. Analizar el pasado tan escrupulosamente como la memoria nos permita, y formar un mural con todos los hechos que de verdad han dejado marca en nuestra trayectoria.
Por supuesto, tan esencial como lo anterior, es conocer el presente. Tanto como podamos, debemos controlar todas las variantes que haya a nuestro alcance y rehuir de tomar decisiones en caliente para garantizarnos una decisión fiable, no garantiza que sea acertada, pero certifica que será la que hayamos tomado ajustándonos lo máximo posible a nuestros medios.

Sólo una buena interpretación del pasado nos acerca a una experiencia nítida, sólo un conocimiento amplio de la realidad puede llevarnos al acierto a la hora de tomar decisiones.

5 comentarios:

  1. Totalmente cierto y todos lo hemos notado alguna vez. Un mismo recuerdo te hace sentir cosas diferentes según tu estado de ánimo cuando lo evocas. Pero al fín y al cabo, no se puede ir hacia atrás, sólo hacia delante...

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  2. De experiencias pasadas se hace el hombre, y por las experiencias futuras prosigue.

    PD: Me gusta.

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  3. ''sólo un conocimiento amplio de la realidad puede llevarnos al acierto a la hora de tomar decisiones''

    Creo que no. El conocimiento nos puede hacer tomar decisiones más cercanas a la realidad de la que deriva el dilema que las crea, pero no por ello más acertadas.

    Si fuera así, todas las personas cultas y/o llenas de sabiduría, cualquiera que sea su origen, jamás se equivocarían, y no es así. No somos seres racionales perfectos, sino que estamos tremendamente condicionados por nuestra parte irracional, es decir, nuestros impulsos, nuestros instintos.

    El hecho de no saber si la decisión que tomas es la ''más acertada'' o no le da sal a la vida.
    Dicen que si pudiésemos ver por un agujerito nuestro futuro nos pegaríamos un tiro...

    Hola, soy Lucía :).

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  4. Interesante crítica, lo dilucidamos en privado ;)

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